Archivo | diciembre, 2011

El que con lobos anda…

9 Dic

Creo que hoy se cumplen 3 semanas de la primera vez que quise escribir este pequeño artículo, pero de alguna manera admito que no estaba seguro de querer hacerlo… hasta hoy.

Hoy voy a hablar de un lugar que fué sumamente querido para mi, el dojo de entrenamiento donde me convertí en artista marcial hace unos cuantos años. Y de cómo lo desconosco en la fecha actual.

Empezaré por el principio. Hace casi 7 años llegué casi por accidente a un dojo de artes marciales liderado por el primo de uno de mis mejores amigos, el cual me extendió una invitación para conocer el arte marcial. En cuestión de minutos quedé fascinado por el bujinkan budo taijutsu (o ninjutsu como lo he mencionado aqui varias veces), me encantó la manera técnica de desarrollar los movimientos, pero más aún la filosofía de vida (y por qué no decirlo? fuí seducido por la enorme fuerza que poseía mi sensei, yo anhelaba convertirme en alguien así en ese entonces).

Llegué al primer día y mis compañeros me miraron con cierto desprecio, no en la mala manera cabe mencionar, más bien con ojos de «este no va a durar». Y tenían algo de razón en ello, los entrenamientos eran muy duros y mis compañeros eran un tanto «peculiares» puesto que cada uno tenía conocimientos un tanto bizarros y poco comunes, así que encajar en ese grupo fué un tanto difícil al principio.

Luego de algunos meses de entrenamiento, mis compañeros y yo formamos una amistad muy entrañable, ellos me aceptaron en su grupo y yo los acepté a ellos como «hermanos de armas». Fué en esa transición cuando sucedió. Mi madre fué diagnosticada con un cánccer que tiene una fama devastadora. En ese instante supe, que entrenar muy duro me haría una persona lo suficientemente fuerte para afrontar la difícil prueba ante mi y decidí aceptar a mi sensei como mi figura paterna (Debo mencionar que mi padre murió cuando yo tenía 7 años).

Así pues, comenzó mi camino marcial. Un difícil camino hacia la aceptación, el fortalecimiento del cuerpo, la mente y el espíritu, al mismo tiempo que de vuelta en casa me enfrentaba a mi más grande miedo, perder a mi madre. Recuerdo estar a punto de romper en llanto varias veces durante el entrenamiento, pero ver a mis compañeros levantarse me llenaba el corazón de nuevos brios, así que ellos jamás me vieron triste, por el contrario, conocieron a un Miguel saludable, risueño y sociable.

Con el paso del tiempo fuí subiendo peldaños de poder y me convertí en instructor al conseguir la tercera cinta negra de toda la historia del dojo en Guadalajara, hice fabulosos amigos y me encontraba completamente fortalecido. La verdad estaba mucho muy orgulloso de mi, había podido con todas las pruebas sin doblarme, me levanté mil veces ante el dolor y me superé físicamente como jamás lo había hecho en toda mi historia. Estaba en la cumbre.

Cuando fuí instructor en el dojo, yo tuve compañeros entrañables, amigos leales y alumnos que me mostraban su respeto y cariño (no todos, pero bueno, quién es monedita de oro?) . Así mismo, mi relación con mi sensei era mucho más cercana que la de cualquier amigo, el era mi maestro, mi padre adoptivo, mi modelo a seguir.

Tiempo después, por fin se presentó mi gran momento: la muerte de mi madre. Para ese entonces yo ya era conocido en la comunidad nacional y ante algunos maestros del ámbito internacional, sabía que el arte marcial debía ser usado para la defensa y no para el ataque y sabía que había que vivir con honor, paz, quietud y templanza. Cosas muy difíciles de conservar en tiempos como esos, al menos para mi. Al momento de verme solo en casa, nunca me desplomé, nunca dejé de ir a enseñar al dojo. Sabía que mis alumnos necesitaban mi ejemplo y a su vez, yo iba a nutrirme de mis queridos amigos y alumnos los cuales no me dejarían solo. Qué equivocado estaba.

No me molestaré en explicar mis motivos, puesto que deseo conservar la privacidad de ese momento tan importante para mi, pero me remitiré a solo explicar lo que viví. Uno de mis mejores amigos del entrenamiento, al que yo consideraba mi hermano y respetaba mucho me jugó sucio, después al enfrentarlo cara a cara me hizo un juramento por su honor (cosa bastante seria para un artista marcial) solo para después traicionarme.

El realmetne no importa, no fué capaz de ponerse en mi lugar, no fué capaz de controlar sus impulsos y no tuvo la madurez que se necesitaba en el momento. La causa de mi gran indignación fué ver la respuesta de los demás, nadie pudo ponerse del lado de ninguno, nadie tuvo criterio para juzgar, solo la cobardía y comodidad que da la indiferencia.

Por supuesto que hablé con mi sensei, el cual me mostró el mismo grado de indiferencia. No me considero portador de la verdad universal, pero el hecho de que nisiquiera alguien se molestara a establecer un juicio, el hecho de que todos me tornaran la espalda en mi momento más oscuro fué lo que me hizo negar ese lugar.

Y díganme, cómo es posible que en un lugar donde se enseña filosofía de vida no predique con el ejemplo? cómo es posible que si se dicen hombres de honor no castiguen la falta? Cómo es posible que la gente permitiera que hablaran de mi a mis espaldas cuando yo siempre les enseñé a no temer a la honestidad y claridad con el ejemplo?. Serpientes y cobardes nada más. Personas que más que un arte marcial practican un «deporte» para cada día ser más fuertes, pero vacíos por dentro.

Entonces soy perfecto? Para nada! me equivoco cada 5 minutos, pero cuando lo hago trato de redimirme. Es algo que aprendí en el dojo que ya no reconosco más. Ahora como salido de una novela, este sujeto traidor ocupó mi lugar y ahora el les enseña que «el fin justifica los medios» y que «la verdad depende del ojo con que se mira». Y quién lo detiene? quién lo encara? nadie… viva México y su gente poco reactiva.

El otro día me presenté motivado por mi nostalgia y vi a un dojo plagado de gente improductiva (no todos), vi gente vestida en harapos y teniendo problema para conseguir 300 pesos. Para tristeza mia me identifiqué de inmediato, ya que mientras fuí parte activa del dojo jamás tuve más dinero que el absoluto necesario, pero como arte de magia, en cuanto me salí de ahí comencé a brillar nuevamente. Suspiré para mis adentros y me di cuenta como la gente que anda entre lobos, aprende a ahuyar de inmediato.

Hoy lo veo en retrospectiva y veo como ese suceso fué algo sumamente benéfico para mi, ahora soy estable económicamente y tengo la oportunidad de enseñar valores y proponer cambios a más del quíntuple de personas que llegaba antes. Mis alumnos forman parte del México realista, más que jóvenes que mueren por ir a saltar de tejado en tejado con una espada en la espalda. Hoy puedo hacer algo realmente, hoy puedo mejorar mi país y lo hice convirtiéndomen en el hombre que nadie en el dojo pudo ser ejemplo para mi.

Cabe mencionar que no todos los actuales practicantes van a la ruina, quedan unos pocos que siguen significando mucho para mi y que en su momento no contaban con la madurez para actuar. Tengo confianza que ellos sean el futuro de esta arte marcial y que prediquen enseñanzas de calidad. Por otro lado, también reconosco que mi sensei es un buen hombre, solo le faltó portarse a la altura del título que yo mismo le dí. Sin embargo, aún le tengo una especie de cariño especial.

Por último, si me pidieran nombrar el valor número uno de todos, yo escogería la lealtad. Cómo se puede tener cualquier otro valor si no somos leales, en principio, con nosotros mismos?. Es imperativo que la gente se de cuenta como este valor tiene el verdadero poder de transformación y deberíamos ser educados para reconocer y honrar nuestras lealtades.

Dedico esto a mis pocos pero fieles amigos, curiósamente muchos salidos del dojo y a mis antiguos estudiantes marciales a los cuales considero cercanos, se que un día serán provados y confío que actuarán mejor que el charlatán que hoy por hoy viste una corona que le queda grande.